El primer orgasmo que sentí en mi vida ocurrió cuando tenía tres años mientras caminaba por una playa valenciana. Habíamos viajado hasta allí desde Madrid para pasar las vacaciones de Semana Santa. Era un día radiante de principios de primavera y ya hacía el suficiente calor como para pasar la mañana frente al mar, así que, mis padres junto a otro matrimonio amigo, sus hijos, mi hermano y yo fuimos a medio día a la playa. Fue de camino a donde nos íbamos a ubicar con nuestros cubos y palas cuando sentí aquella delicia entre las piernas. El motivo que consiguió que aquello me sucediese fue escuchar decir a alguno de los niños que allí estábamos que íbamos a
“jugar a los papás”.
Aunque yo nunca había jugado a eso, intuía que era una experiencia interesante y divertida; fue justo reparar en esa clase de diversión lo que me excitó; el paseo por la arena con sus masajeantes desniveles hizo el resto. Sentí algo inesperado y desconocido pero sorprendentemente delicioso.
La escena no duró mucho. Una vez sucedido quise que ocurriese de nuevo. Incité a los demás para comenzar a jugar a los papás lo antes posible porque creí que si lo hacíamos, aquella cosa volvería a pasar otra vez, pero nunca más volvió a suceder hasta que no tuve seis o siete años.
De esta anécdota infantil diría que es mi primer recuerdo sexual; mi primer contacto consciente con la sexualidad; y la verdad es que ahora al pensarlo, yo misma me sorprendo de que ocurriese tan temprano.