(El deseo sexual en una mente infantil y un cuerpo de cinco años).
E era un niño que vivía en el mismo edificio que yo y que además venía a mi clase. Entonces teníamos cinco años, nos llevábamos muy bien y siempre regresábamos del colegio juntos riéndonos. Una tarde, como de costumbre, íbamos haciendo el bobo y caminábamos con nuestros respectivos brazos rodeando los hombros de cada cual, en plan camaradas, cuando al llegar al portal de casa e intentar entrar, no cupimos por la puerta. Como no queríamos separarnos para pasar porque nos estábamos riendo mucho canturreando y haciendo monerías, para lograrlo tuvimos que estrecharnos bajando los brazos cogíéndonos por la cintura; fue en ese instante, mientras nos adentrábamos en el portal y seguíamos caminando de ese modo hasta las escaleras, cuando sentí de nuevo aquella delicia cosquilleándome entre las piernas tal y como me había sucedido a los tres años. A diferencia de entonces, no volví a tener un orgasmo pero, a partir de ese momento, cada tarde después del cole, como jugando, le pedía a E que me agarrase por la cintura para poder a sentir lo mismo.